martes, 6 de mayo de 2014
en llamas
Cuando me despierto, tengo una sensación breve y deliciosa de felicidad que está de algún
modo relacionada con Peeta. La felicidad, por supuesto, es algo completamente absurdo en
este momento, ya que al ritmo al que van las cosas, estaré muerta en un día. Y eso en el mejor
de los casos, si soy capaz de eliminar al resto de los contendientes, incluyéndome a mí misma,
y consigo coronar a Peeta como ganador del Quarter Quell. Aún así, la sensación es tan
inesperada y dulce que me aferro a ella, si bien por breves momentos. Antes de que la arena
áspera, el sol caliente y el picor de mi piel exijan que regrese a la realidad.
Todos están ya levantados y mirando el descenso de un paracaídas a la playa. Me uno a
ellos para otra entrega de pan. Es idéntico al que recibimos la noche anterior. Veinticuatro
panecillos del Distrito 3. Eso nos deja con treinta y tres en total. Todos tomamos cinco,
dejando ocho en la reserva. Nadie lo dice, pero ocho se dividirán perfectamente después de la
siguiente muerte. De algún modo, a la luz del día, bromear sobre quién quedará para comer
los panecillos ha perdido su humor.
¿Cuánto tiempo podemos mantener esta alianza? No creo que nadie esperara que el
número de tributos cayera tan rápidamente. ¿Qué pasará si me equivoqué sobre que los
demás estén protegiendo a Peeta? ¿Si las cosas fueron simplemente una coincidencia, o si
todo ha sido una estrategia para ganarse nuestra confianza y convertirnos en presas fáciles, o
si no entiendo lo que está pasando de verdad? Espera, no hay “si” sobre eso. No entiendo lo
que está pasando. Y si no lo entiendo, es hora de que Peeta y yo nos vayamos de aquí.
Me siento junto a Peeta en la arena para comer mis panecillos. Por algún motivo, me es
difícil mirarlo. Quizás sean todos esos besos anoche, aunque el que nosotros nos besemos no
es nada nuevo. Tal vez ni siquiera hayan sido nada diferentes para él. Quizás sea el saber el
poco tiempo que nos queda. Y el hecho de que estamos hablando un diálogo de sordos en lo
referente a quién debería sobrevivir a estos Juegos.
Después de comer, lo cojo de la mano y lo dirijo hacia el agua.
― Vamos. Te enseñaré a nadar. ― Necesito apartarlo de los otros, a algún lugar donde
podamos discutir nuestra huida. Será difícil, porque una vez se den cuenta de que estamos
rompiendo la alianza, nos convertiremos de inmediato en objetivos.
Si le estuviera enseñando de verdad a nadar, haría que se quitara el cinturón, ya que lo
mantiene a flote, pero ¿qué importa eso ahora? Así que simplemente le enseño la brazada
básica y dejo que practique yendo de uno a otro lado en agua hasta la cintura. Al principio, veo
a Johanna vigilarnos con cuidado, pero después de un rato pierde el interés y se va a echar una
siesta. Finnick está tejiendo una nueva red con viñas y Betee juguetea con su cable. Sé que el
momento ha llegado.
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Mientras Peeta nadaba, he descubierto algo. Mis restantes costras están empezando a
desprenderse. A base de frotar suavemente un puñado de arena por mi brazo, limpio el resto
de las escamas, revelando piel nueva debajo. Paro la práctica de Peeta, con el pretexto de
enseñarle cómo liberarse de las molestas escamas, y mientras nos frotamos, menciono nuestra
huida.
― Mira, ya sólo quedan ocho. Creo que es hora de que nos vayamos. ― Dijo en voz baja,
aunque dudo que ninguno de los tributos pueda oírme.
Peeta asiente, y puedo verlo considerar mi propuesta. Sopesando si la suerte estará de
nuestra parte.
― Sabes qué te digo. ― Dice. ― Quedémonos hasta que Brutus y Enobaria estén muertos.
Creo que Betee está ahora mismo intentando crear algún tipo de trampa para ellos. Después,
lo prometo, nos iremos.
No estoy completamente convencida. Pero si nos vamos ahora, tendremos dos grupos de
adversarios detrás. Tal vez tres, porque ¿quién sabe qué es lo que trama Chaff? Además hay
que lidiar con el reloj. Y después hay que pensar en Betee. Johanna sólo lo trajo por mí, y si nos
vamos seguro que lo matará. Entonces lo recuerdo. No puedo proteger también a Betee. Sólo
puede haber un vencedor y tiene que ser Peeta. Tengo que aceptar esto. Tengo que tomar
decisiones basadas sólo en su supervivencia.
― Está bien. ― Digo. ― Nos quedaremos hasta que estén muertos los Profesionales. Pero
eso es todo. ― Me doy la vuelta y saludo a Finnick con la mano. ― ¡Eh, Finnick, ven aquí!
¡Hemos descubierto cómo ponerte otra vez guapo!
Los tres juntos nos restregamos las costras de nuestros cuerpos, ayudando con las espaldas
de los demás, y acabamos tan rositas como el marisco de Finnick. Aplicamos otra ronda de
medicina porque la piel parece demasiado delicada para el sol, pero el ungüento no se ve ni la
mitad de mal sobre la piel suave y será un buen camuflaje en la selva.
Betee nos llama, y resulta que durante todas esas horas de juguetear con el cable, sí que ha
tramado un plan.
― Creo que todos estamos de acuerdo en que nuestra próxima misión es matar a Brutus y
a Enobaria. ― Dice suavemente. ― Dudo que nos vayan a atacar ahora abiertamente, ahora
que los superamos tan ampliamente en número. Podríamos rastrearlos, supongo, pero es un
trabajo peligroso y agotador.
― ¿Crees que han averiguado lo del reloj? ― Pregunto.
― Si no lo han hecho ya, lo harán pronto. Tal vez no tan específicmente como nosotros.
Pero deben de saber por lo menos que algunas de las zonas tienen ataques confinados y que
estos estan ocurriendo siguiendo un patrón circular. Tampoco el hecho de que nuestra última
lucha haya sido cortada por la intervención de los Vigilantes les habrá pasado desapercibido.
Nosotros sabemos que fue un intento de desorientarnos, pero ellos se deben de estar
preguntando por qué se hizo, y esto, también, puede llevarlos a darse cuenta de que la arena
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es un reloj. ― Dice Beetee. ― Así que creo que nuestra mejor apuesta será colocar nuestra
propia trampa.
― Espera, déjame traer a Johanna. ― Dice Finnick. ― Se pondrá rabiosa si cree que se ha
perdido algo así de importante.
― O no. ― Musito yo, ya que se puede decir que ella está siempre rabiosa, pero no lo
detengo porque yo también estaría enfadada si me excluyeran de uin plan llegados a este
punto.
Cuando se nos ha unido, Beetee nos insta a todos a que nos echemos un poco atrás para
que tenga sitio para trabajar en la arena. Hábilmente dibuja un círculo y lo divide en doce
cuñas. Es la arena, no dibujada por la mano precisa de Peeta sino por las vastas líneas de un
hombre cuya mente está preocupada por otras cosas mucho más complejas.
― Si fuerais Brutus y Enobaria, sabiendo lo que sabéis sobre la selva, ¿dónde os sentiríais
más seguros? ― Pregunta Beetee. No hay ninguna condescendencia en su voz, y aún así no
puedo evitar pensar que me recuerda a un maestro de escuela a punto de preparar a los niños
para una lección. Tal vez sea la diferencia de edad, o simplemente que Beetee es
probablemente un millón de veces más listo que el resto de nosotros.
― Donde estamos ahora. En la playa. ― Dice Peeta. ― Es el lugar más seguro.
― ¿Así que por qué no están en la playa? ― Dice Beetee.
― Porque estamos nosotros. ― Dice Johanna con impaciencia.
― Exactamente. Estamos nosotros, reclamando la playa. Ahora ¿adónde iríais? ― Dice
Beetee.
Pienso en la selva letal, la playa ocupada.
― Me escondería justo al borde de la selva. Para poder escapar si viniera un ataque. Y para
poder espiarnos.
― También para comer. ― Dice Finnick. ― La selva está llena de criaturas y plantas
extrañas. Pero a base de mirarnos a nosotros, yo sabría que el pescado es seguro.
Beetee nos sonríe como si hubieramos superado sus expectativas.
― Sí, bien. Lo veis. Ahroa esto es lo que yo propongo: un ataque a las doce en punto. ¿Qué
pasa exactamente a mediodía y a medianoche?
― El rayo golpea el árbol. ― Digo.
― Sí. Así que lo que estoy sugiriendo es que después de que el rayo golpee a mediodía,
pero antes de que golpee a medianoche, extendamos mi cable desde ese árbol hasta el agua
salada, que es, por supuesto, altamente conductora. Cuando el rayo golpee, la electricidad
viajará por el cable y hacia no sólo el agua sino también la playa que la rodea, que todavía
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estará húmeda por la ola de las diez. Cualquiera en contacto con esas superficies en ese
momento será electrocutado. ― Dice Beetee.
Hay una larga pausa en la que todos digerimos el plan de Beetee. A mí me parece un poco
fantasioso, incluso imposible. Pero ¿por qué? He colocado miles de trampas. ¿No es esto una
trampa más grande con un componente más específico? ¿Podría funcionar? ¿Cómo podemos
siquiera cuestionarlo, nosotros, los truibutos entrenados para recoger pescado y madera y
carbón? ¿Qué sabemos nosotros de aprovechar la energía del cielo?
Peeta objeta.
― ¿Será ese cable capaz de verdad de conducir tanta energía, Beetee? Parece tan frágil,
como si fuera simplemente a quemarse.
― Oh, se quemará. Pero no antes de que la corriente haya pasado a su través. Actuará algo
así como un fusible, de hecho. Excepto porque la electricidad viajará a lo largo de él. ― Dice
Beetee.
― ¿Cómo lo sabes? ― Pregunta Johanna, claramente no convencida.
― Porque yo lo inventé. ― Dice Beetee, como algo sorprendido. ― De hecho no es cable
en el sentido habitual. Tampoco es el rayo un rayo natural ni el árbol un árbol natural. Tú
conoces los árboles mejor que ninguno de nosotros, Johanna. A estas alturas estaría destruido,
¿o no?
― Sí. ― Dice, morruda.
― No os preocupéis por el cable. Hará exactamente lo que digo. ― Nos tranquiliza Beetee.
― ¿Y dónde estaremos nosotros cuando pase esto? ― Pregunta Finnick.
― Lo bastante lejos en la selva como para estar a salvo. ― Replica Beetee.
― Entonces los Profesionales también estarán a salvo, a no ser que estén en la vecindad del
agua. ― Apunto yo.
― Así es. ― Dice Beetee.
― Pero todo el marisco estará cocido. ― Dice Peeta.
― Probablemente más que cocido. ― Dice Beetee. ― Muy probablemente tendremos que
eliminarlo definitivamente como fuente de comida. Pero tú encontraste otras cosas
comestibles en la selva, ¿verdad, Katniss?
― Sí. Frutos secos y ratas. ― Digo. ― Y tenemos patrocinadores.
― Bueno, entonces. No veo que eso sea un problema. ― Dice Beetee. ― Pero ya que
somos aliados y esto requerirá todos nuestros esfuerzos, la decisión de intentarlo o no os
corresponde a vosotros cuatro.
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Sí que somos niños de colegio. Completamente incapaces de disputar su teoría más que
con las preocuapciones más elementales. La mayor parte de las cuales ni siquiera tienen nada
que ver con su plan. Miro a los semblantes desconcertados de los demás.
― ¿Por qué no? ― Digo. ― Si fracasa, no hay daño. Si funciona, hay una probabilidad
decente de que los matemos. E incluso si no lo hacemos y sólo matamos el marisco, Brutus y
Enobaria también lo perderán como fuente de alimento.
― Yo digo que lo intentemos. ― Dice Peeta. ― Katniss tiene razón.
Finnick mira a Johanna y alza las cejas. No seguirá adelante sin ella.
― Vale. ― Dice ella finalmente. ― Es mejor que darles caza en la selva, en cualquier caso. Y
dudo que averigüen nuestro plan, ya que nosotros mismos apenas si podemos comprenderlo.
Beetee quiere inspeccionar el árbol del rayo antes de prepararlo. Juzgando por el sol, son
aproximadamente las nueve de la mañana. Tendremos que dejar nuestra playa pronto, en
cualquier caso. Así que desmontamos el campamento, caminamos hasta la playa que bordea la
sección de los rayos, y nos dirigimos a la selva. Beetee aún está demasiado débil para hacer la
caminarta cuesta arriba él sólo, así que Finnick y Peeta hacen turnos para cargar con él. Yo
dejo que Johanna vaya en cabeza porque el camino al árbol es bastante recto, y me figuro que
no podrá perdernos. Además, yo pudo hacer muicho más daño con una aljaba de flechas que
ella con dos hachas, así que soy la mejor para ir en la retaguardia.
El aire es denso y pesado, y me agota. No nos ha dado respiro desde que empezaron los
Juegos. Desearía que Haymicth dejara de enviarnos ese pan del Distrito 3 y nos consiguiera
algo más de ese salado del Distrito 4, porque he sudado a cubos en el último par de días, e
incluso aunque he tomado el pescado, me muero por tomar sal. Un trozo de hielo sería otra
buena idea. O un trago de agua fresquita. Estoy agradecida por el fluido de los árboles, pero
está a la misma temperatura que el mar y el aire y los otros tributos y yo. No somos más que
un gran estofado caliente.
A medida que nos acercamos al árbol, Finnick sugiere que yo lleve la delantera.
― Katniss puede oír el campo de fuerza. ― Les explica a Beetee y a Johanna.
― ¿Oírlo? ― Pregunta Beetee.
― Sólo con el oído que reconstruyó el Capitolio. ― Digo. ¿Adivinas a quién no estoy
engañando con esa historia? A Beetee. Porque seguro que recuerda que él me enseñó cómo
vislumbrar un campo de fuerza, y probablemente sea imposible oír campos de fuerza, en
cualquier caso. Pero, sea cual sea la razón, no cuestiona mi afirmación.
― Entonces por supuesto, dejad que Katniss vaya primero. ― Dice, haciendo una pausa
para limpiar el vapor de sus gafas. ― Los campos de fuerza no son nada con lo que jugar.
El árbol del rayo es inconfundible, por lo mucho que se levanta por encima de los demás.
Encuentro un puñado de frutos secos y hago que los otros esperen mientras yo subo
lentamente por la pendiente, lanzando los frutos por delante de mí. Pero veo el campo de
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fuerza casi de inmediato, incluso antes de que el fruto lo golpee, porque sólo está a unos
quince metros de distancia. Mis ojos, que están barriendo la vegetación ante mí, captan el
cuadrado ondulado alto y a mi derecha. Lanzo un fruto directamente delante de mí y lo oigo
chisporrotear como confirmación.
― Simplemente quedaos por debajo del árbol del rayo. ― Les digo a los demás.
Dividimos tareas. Finnick vigila a Beetee mientras este examina el árbol, Johanna hace un
grifo para obtener agua, Peeta recoge frutos secos, y yo cazo por ahí cerca. Las ratas de árbol
no parecen tener ningún miedo a los humanos, así que acabo fácilmente con tres. El sonido de
la ola de las diez me recuerda que debería regresar, y vuelvo con los demás y limpio mis
presas. Después dibujo una línea en el polvo a un metro del campo de fuerza como
recordatorio para mantenernos atrás, y Peeta y yo nos sentamos para tostar nueces y
achicharrar cubitos de rata.
Beetee aún está andando en el árbol, haciendo no sé lo qué, tomando medidas y eso. En un
momento dado arranca un pedazo de corteza, se nos une, y lo lanza contra el campo de
fuerza. Rebota y aterriza en el suelo, brillando. En unos momentos regresa a su color original.
― Bueno, eso explica mucho. ― Dice Beetee. Yo miro a Peeta y no puedo evitar morderme
el labio para no reír, ya que eso no explica absolutamente nada a nadie salvo a Beetee.
Alrededor de este momento oímos un sonido de chasquidos levantándose en el sector
adyacente al nuestro. Eso significa que son las once en punto. El volumen es mucho más alto
en la selva que en la playa anoche. Todos escuchamos con atención.
― No es mecánico. ― Dice Beetee decidido.
― Yo diría insectos. ― Digo. ― Tal vez escarabajos.
― Algo con pinzas. ― Añade Finnick.
El sonido se eleva, como si nuestras palabras en voz baja lo hubieran alertado de la
proximidad de carne fresca. Lo que sea que esté haciendo esos chasquidos, me apuesto que
podría devorarnos hasta el hueso en segundos.
― Deberíamos ir saliendo de aquí, en cuaqlueir caso. ― Dice Johanna. ― Falta menos de
una hora para que empiecen los rayos.
Aunque no vamos muy lejos. Sólo hasta el árbol idéntico en la sección de la lluvia de sangre.
Tomamos un picnic, agachados en el suelo, comiendo nuestra comida selvática, esperando por
el rayo que señala el mediodía. Por petición de Beetee, escalo a la copa cuando los chasquidos
empiezan a apagarse. Cuando golpea el rayo, es cegador, incluso desde aquí, incluso bajo este
sol brillante. Abarca completamente el árbol distante, haciéndolo brillar de un brillante color
blanco azulado y causando que el aire cercano vibre con electricidad. Bajo e informo a Beetee
de mis hallazgos, quien parece satisfecfo, incluso aunque no soy terriblemente científica.
Tomamos una ruta tortuosa de vuelta a la playa de las dez. La arena está lisa y húmeda,
barrida por la reciente ola. Esencialmente Beetee nos deja la tarde libre mientars él trabaja
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con el cable. Ya que es su arma y los demás tenemos que fiarnos de su conocimiento tan
completamente, está la sensación extraña de que nos dejan salir pronto del colegio. Al
principio nos turnamos echando siestas en el borde de sombra de la selva, pero hacia el final
de la tarde todos estamos despiertos e inquietos. Decidimos, ya que esta debe de ser nuestra
última oportunidad de tomar pescado, hacer algún tipo de festín. Bajo la guía de Finnick
ensartamos peces y atrapamos marisco en redes, incluso nos sumergimos en busca de ostras.
Sobre todo me gusta esta parte, aunque no porque tenga un gran apetito de ostras. Sólo las
probé una vez en el Capitolio, y no pude soportar su viscosidad. Pero es encantador, estar en la
profuncidad bajo el agua, es como estar en un mundo distinto. El agua es muy clara, y un
banco de peces de color violeta brillante y extrañas flores marinas decoran el suelo de arena.
Johanna monta guardia mientras Finnick, Peeta y yo limpiamos y preparamos el pescado.
Peeta acaba de abrir una ostra cuando lo oigo reír.
― ¡Eh, mirad esto! ― Levanta una brillante, perfecta perla del tamaño de un guisante. ―
Ya sabes, si sometes el carbón a la suficiente presión, se convierte en perlas. ― Le dice
seriamente a Finnick.
― No, no es cierto. ― Dice Finnick con displicencia. Pero yo me parto de risa, recordando
que es así como una ignorante Effie Trinket nos presentó a la gente del Capitolio el año
pasado, antes de que nadie nos conociera. Como carbón transformado en perlas por nuestra
significativa existencia. Belleza que se levanta desde el dolor.
Peeta enjuaga la perla en el agua y me la da.
― Para ti. ― La levanto en mi palma y examino a la luz del sol su superficie irisada. Sí, la
conservaré. Durante las pocas horas de vida que me quedan la mantendré cerca. Este último
regalo de Peeta. El único que puedo aceptar realmente. Tal vez me dé fuerzas en los últimos
momentos.
― Gracias. ― Digo, cerrando el puño a su alrededor. Miro con ojos tranquilos a los ojos
azules de la persona que es ahora mi mayor oponente, la persona que me mantendría con vida
a expensas de la suya propia. Y me prometo a mí misma que derrotaré su plan.
La risa desparece de esos ojos, y están mirando a los míos con tal intensidad, que es como
si pudieran leerme el pensamiento.
― El relicario no funcionó, ¿verdad? ― Dice Peeta, incluso aunque Finnick está justo aquí.
Incluso aunque todos pueden oírlo. ― ¿Katniss?
― Funcionó. ― Digo.
― Pero no como yo quería. ― Dice él, apartando la vista. Después de eso no mirará más
que a las ostras.
Justo cuando estamos a punto de comer, aparece un paracaídas con dos suplementos para
nuestra comida. Un pequeño bote de salsa roja picante y otra ronda más de panecillos del
Distrito 3. Finnick, por supuesto, se pone a contarlos de inmediato.
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― Veinticuatro de nuevo. ― Dice.
Treinta y dos panecillos, entonces. Así que tomamos cinco cada uno, dejando siete, que
nunca se dividirán igualitariamente. Es pan para uno sólo.
La carne salada de pesacdo, el suculento marisco. Incluso las ostras parecen sabrosas, muy
mejoradas por la salsa. Nos artiborramos hasta que nadie puede tomar ni un bocado más, e
incluso entonces quedan sobras. No se conservarán, sin embargo, así que lanzamos toda la
comida restante de vuelta al agua para que los Profesionales no cojan lo que nosotros
dejamos. Nadie se preocupa por las conchas. La ola debería limpiarlas.
No hay nada que hacer, salvo esperar. Peeta y yo nos sentamos al borde del agua, cogidos
de la mano, en silencio. Él dio su discurso anoche pero yo no cambié de idea, y nada de lo que
yo diga cambiará la suya. El momento de los regalos persuasivos ha pasado.
Tengo la perla, sin embargo, segura en el paracaídas con el spile y la medicina en mi
cintura. Espero que regrese al Distrito 12.
Seguro que mi madre y Prim se encargarán de devolvérsela a Peeta antes de enterrar mi
cuerpo.
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Empieza el himno, pero esta noche no hay rostros en el cielo. El público estará inquieto,
sediento de sangre. La trampa de Beetee muestra tanta promesa, sin embargo, que los
Vigilantes no han enviado ningún otro ataque. Tal vez simlemente tienen curiosidad por ver si
funcionará.
Cuando Finnick y yo juzgamos que son las nueve, dejamos nuestro campamento sembrado
de conchas, y empezamos una sigilosa caminata hasta el árbol del rayo a la luz de la luna.
Nuestros estómagos llenos hacen que estemos más incómodos y faltos de aliento de lo que
estábamos en la escalada de la mañana. Empiezo a arrepentirme de esa última docena de
ostras.
Beetee le pide a Finnick que lo asista, y los demás montamos guardia. Antes de unir
siquiera el cable al árbol, Beetee desenrolla metros y metros de la cosa. Hace que Finnick lo
asegure alrededor de una rama rota y que deje esta en el suelo. Después se colocan uno a
cada lado del árbol, pasándose el carrete entre sí a medida que van enrollando el cable
alrededor del tronco, una y otra vez. Al principio parece arbitrario, después veo un patrón,
como un intrincado laberinto, apareciendo a la luz de la luna en el lado de Beetee. Me
pregunto si supone alguna diferencia el cómo el cable está situado, o si no es más que para
mantener al público especulando, la mayor parte del cual sabe tanto de electricidad como yo.
El trabajo en el tronco se completa justo cuando oímos empezar la ola. Nunca he
averiguado en qué punto exacto de la hora de las diez erupciona. Debe de haber algo de
preparación, después la ola en sí misma, después la recuperación de la inundación. Pero el
cielo me dice las diez y media.
Es ahora cuando Beetee revela el resto del plan. Ya que nosotras nos movemos más
ágilmente entre los árboles, quiere que Johanna y yo bajemos el rollo a través de la selva,
desenrollando el cable a medida que andamos. Tenemos que estirarlo a través de la playa de
las doce y sumergir el carrete metálico con lo todo que quede en la profundidad del agua,
asegurándonos de que se hunda. Después correr a la selva. Si nos vamos ahora, justo ahora,
deberíamos estar a tiempo de regresar a la seguridad.
― Quiero ir con ellas como guardia. ― Dice Peeta de inmediato. Después del momento con
la perla, sé que tiene menos ganas que nunca de perderme de vista.
― Eres demasiado lento. Además, te necesitaré en este extremo. Katniss vigilará. ― Dice
Beetee. ― No hay tiempo para debatir esto. Lo siento. Si las chicas van a salir de allí con vida,
tienen que ir moviéndose ya. ― Le entrega el rollo a Johanna.
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No me gusta el plan más que a Peeta. ¿Cómo puedo protegerlo a distancia? Pero Beetee
tiene razón. Con su pierna, Peeta es demasiado lento para bajar la colina a tiempo. Johanna y
yo somos las más rápidas y de pisadas más seguras en el suelo de la selva. No se me ocurre
ninguna alternativa. Y si confío en alguien aquí además de en Peeta, ese es Beetee.
― Está bien. ― Le digo a Peeta. ― Sólo dejaremos el cable y volveremos derechas hacia
arriba.
― No hacia la zona de rayos. ― Me recuerda Beetee. ― Dirigíos al árbol en el sector de la
una a las dos. Si notáis que se os acaba el tiempo, moveos una más. Ni se os ocurra volver a la
playa, sin embargo, hasta que yo pueda evaluar los daños.
Tomo el rostro de Peeta entre mis manos.
― No te preocupes. Te veré a medianoche. ― Le doy un beso y, antes de que pueda poner
más objeciones, lo suelto y me giro hacia Johanna. ― ¿Lista?
― ¿Por qué no? ― Dice Johanna encogiéndose de hombros. Claramente no és más feliz
que yo por estar juntas en esto. Pero todos estamos en la trampa de Beetee. ― Tú vigilas, yo
desenrollo. Podemos cambiar después.
Sin más discusión, bajamos la colina. De hecho, hay muy poca discusión entre nosotras. Nos
movemos a buen paso, una con el cable, la otra vigilando. Hacia mitad de camino, oímos cómo
empiezan los chasquidos, indicando que ya son después de las once.
― Mejor apurar. ― Dice Johanna. ― Quiero poner muha distancia entre el agua y yo antes
de que golpee el rayo. Sólo por si acaso Volts calculó mal algo.
― Yo llevaré el rollo un rato. ― Digo. Es un trabajo más duro extender el cable que vigilar, y
ella ha tenido un largo turno.
― Aquí. ― Dice Johanna, pasándome el rollo.
Las manos de ambas están aún sobre el cilindro metálico cuando hay una breve vibración.
De pronto el delgado cable dorado de arriba salta hacia nosotras, enredándose en vueltas y
más vueltas alrededor de nuestras muñecas. Después el extremo cortado llega serpenteando
hasta nuestros pies.
Sólo nos lleva un segundo procesar este rápido giro de los acontecimientos. Johanna y yo
nos miramos, pero ninguna de las dos tiene que decirlo. Alguien por encima de nosotras ha
cortado el cable. Y llegarán hasta nosotras en cualquier mnomento.
Mi mano se libera del cable y acaba de cerrarse sobre las plumas de una flecha cuando el
cilindro metálico me golpea en el lateral de la cabeza. Lo siguiente que sé es que estoy
tumbada sobre la espalda encima de las viñas, un dolor terrible en mi sien izquierda. Algo no
está bien con mis ojos. Mi visión se nubla, enfocándose y desenfocándose, mientras lucho por
juntar las dos lunas flotando en el cielo en una sola. Es difícil respirar, y me doy cuenta de que
Johanna está sentada sobre mi pecho, con las rodillas presionadas contra mis hombros.
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Siento una puñalada en mi antebrazo izquierdo. Intento apartarme pero aún estoy
demasaido incapacitada. Johanna está enterrando algo, supongo que la punta de su cuchillo,
en mi carne, girándola a uno y otro lado.Hay una terrible sensación de desgarro y una calidez
corre por mi muñeca, llenándome la palma. Pasa la mano por mi brazo y me cubre la mitad de
la cara con mi sangre.
― ¡Quédate abajo! ― Sisea. Su peso abandona mi cuerpo y estoy sola.
¿Quédate abajo? Pienso. ¿Qué? ¿Qué está pasando? Mis ojos se cierran, bloqueando el
mundo inconsistente, mientras intento sacarle algún sentido a mi situación.
Todo en lo que puedo pensar es en Johanna empujando a Wiress a la playa. “Sólo quédate
abajo, ¿sí?” Pero no atacó a Wiress. No como esto. En cualquier caso, yo no soy Wiress. No soy
Nuts. “Sólo quédate abajo, ¿sí?” resuena dentro de mi cerebro.
Pisadas llegando. Dos pares. Pesadas, no intentando ocultar su situación.
La voz de Brutus.
― ¡Podemos darla por muerta! ¡Vamos, Enobaria! ― Pies moviéndose hacia la noche.
¿Lo estoy? Entro y salgo de la inconsciencia buscando una respuesta. ¿Se me puede dar por
muerta? No estoy en posición de argumentar lo contrario. De hecho, el pensamiento racional
supone un gran trabajo. Esto es lo que sé. Johanna me atacó. Golpeó ese cilindro contra mi
cabeza. Me cortó el brazo, probablemente haciendo un daño irreparable a venas y arterias, y
después apareciueropn Brutus y Enobaria antes de que tuviera tiempo para rematarme.
La alianza se terminó. Finnick y Johanna debían de tener un acuerdo para volverse en
nuestra contra esta noche. Sabía que deberíamos habernos ido por la mañana. No sé de qué
lado está Beetee. Pero ahora yo soy una presa, y Peeta también.
¡Peeta! Mis ojos se abren de golpe por el pánico. Peeta está esperando junto al árbol, sin
sospechgar nada y con la guardia baja. Tal vez Finnick lo ha matado ya.
― No. ― Susurro. Ese cable fue cortado a poca distancia por los Profesionales. Finnick y
Beetee y Peeta no pueden saber lo que está pasando aquí abajo. Sólo se pueden estar
preguntando qué es lo que ha pasado, por qué se ha aflojado el cable, o por qué tal vez incluso
ha vuelto al árbol. Esto, en sí mismo, no puede ser una señal para matar, ¿verdad? Seguro que
esto sólo era Johanna decidiendo que había llegado el momento de romper con nosotros.
Matarme. Escapar de los Profesionales. Después traer a Finnick a la lucha tan pronto como
fuera posible.
No lo sé. No lo sé. Sólo sé que tengo que volver junto a Peeta y mantenerlo con vida. Hace
falta cada gramo de mi fuerza para sentarme y arrastrarme a una posición erguida apoyada
contra un árbol. Tengo suerte por tener algo a lo que sujetarme, ya que la selva está dando
vueltas. Sin aviso, me echo hacia delante y vomito el festín de marisco, haciendo arcadas hasta
que ya no es posible que quede ninguna ostra en mi cuerpo. Temblando y empapada de sudor,
evalúo mi condición física.
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Cuando levanto mi brazo herido, la sangre me salpica en la cara y el mundo da otro salto
alarmante. Cierro con fuerza los ojos y me aferro al árbol hasta que las cosas se estabilizan un
poco, después doy unos pocos pasos con cuidado hasta un árbol vecino, arranco algo de
musgo y, sin examinar más la herida, me vendo el brazo con fuerza. Mejor. Definitivamente
mejor no verlo. Después permito a mi mano tocar tentativamente la herida de mi cabeza. Hay
un enorme chichón pero no mucha sangre. Obviamente, tengo algún daño interno, pero no
parezco estar en peligro de desangrarme hasta morir. Por lo menos no por la cabeza.
Me seco las manos con musgo y agarro el arco con manos temblorosas con mi lastimado
brazo izquierdo. Aseguro una flecha en la cuerda. Obligo a mis piues a ascender por la ladera.
Peeta. Mi último deseo. Mi promesa. Mantenerlo vivo. Mi corazón se libera un poco
cuando me doy cuenta de que debe de estar vivo porque no ha sonado ningún cañón. Tal vez
Johanna estaba actuando sola, sabiendo que Finnick estaría de su parte una vez sus
intenciones estuvieran claras. Aunque es difícil adivinar lo que pasa entre esos dos. Pienso en
cómo él la miró en bisca de confirmación antes de aceptar colocar la trampa de Beetee. Hay
una alianza mucho más profunda basada en años de amistad y quién sabe qué más. En
consecuencia, si Johanna se ha vuelto en mi contra, ya no debería confiuar en Finnick.
Llego a esta conclusión sólo segundos antes de oír algo corriendo ladera abajo hacia mí. Ni
Peeta y Beetee podrían moverse a este paso. Me agacho detrás de una cortina de viñas,
ocultándome justo a tiempo. Finnick pasa volando a mi lado, su piel ensombrecida por la
medicina, saltando sobre la vegetacón como un ciervo. Enseguida ve la situación de mi ataque,
debe de ver la sangre.
― ¡Johanna! ¡Katniss! ― Grita. Me quedo en el sitio hasta que se va en la dirección que
tomaron Johanna y los Profesionales.
Me muevo tan rápidamente como puedo sin hacer que el mundo se convierta en un
remolino. Mi cabeza palpita con el rápido latido de mi corazón. Los insectos, posiblemente
excitados por el olor a sangre, han incrementado sus chasquidos hasta que es un rugido
constante en mis oídos. No, espera. Ta vez mis oídos están pitando por el golpe. Hasta que los
insectos se callen, será imposible decirlo. Pero cuando los insectos se callen, empezarán los
rayos. Engo que ir más rápido. Tengo que llegar hasta Peeta.
La explosión de un cañón me para en seco. Alguien ha muerto. Sé que con todos corriendo
en todas direcciones armados y asustados justo ahora, podría ser cualquiera. Pero quienquiera
que sea, estoy segura de que la muerte pulsará el gatillo de un “todos contra todos” allí fuera
en la noche. La gente matará primero y se hará preguntas después. Obligo a mis piernas a
correr.
Algo atrapa mis pies y caigo de bruces. Lo siento envolverse a mi alrededor, enredándome
en fibras afiladas. ¡Una red! Esta debe de ser una de las redes de Finnick, colocada para
atraparme, y él debe de estar cerca, tridente en mano. Me agito sólo un momento, sólo
consiguiendo que la red se evuelva más ajustadamente a mi alrededdor, y después la veo
brevemente a la luz de la luna. Confusa, levanto el brazo y veo que está enredado en
relucientes hilos dorados. No es para nada una de las redes de Finnick, sino el cable de Beetee.
226
Me pongo en pie con cuidado y descubro que estoy en un trozo de la cosa que se enredó en un
tronco en su camino de vuelta al árbol del rayo. Me desenredo lentamente del cabble, salgo de
su alcance, y prosigo mi ascenso.
Mirándolo por el lado positivo, estoy en el camino correcto y no he quedado lo bastante
desorientada por mi lesión de la cabeza como para perder el sentido de la dirección. Por el
lado negaivo, el cable me ha recordado la próxima tormenta elétcrica. Aún puedo oír los
insectos, pero ¿están empezando a apagarse?
Mantengo las vueltas de cable a unos metros a mi izquierda como guía mientras corro, pero
tengo mucho cuidado de no tocarlo. Si esos insectos se están apagando y el primer rayo está a
punto de golpear el árbol, entonces su energía bajará por ese cable y cualquiera en contacto
con él morirá.
El árbol aparece en mi campo de visión, su tronco cubierto de oro. Aflojo el paso,
intentando moverme con algo de sigilo, pero la verdad es que tengo suerte de mantenerme en
pie. Busco una señal de los demás. Nadie. Nadie está aquí.
― ¿Peeta? ― Llamo suavemente. ― ¿Peeta?
Un leve gemido me responde y me doy la vuelta para encontarr una figura tumbada en el
suelo más arriba.
― ¡Beetee! ― Exclamo. Me apresuro y me arrodillo a su lado. El gemido debe de haber sido
involuntario. No está consciente, aunque no puedo ver ninguna herida salvo el tajo bajo su
codo. Cojo un puñado de musgo cercano y lo envuelvo torpemente mientars trato de
despertarlo. ― ¡Beetee! ¡Beetee, qué está pasando! ¿Quién te cortó? ¡Beetee! ― Lo sacudo
de la forma de la que nunca deberías sacudir a nadie herido, pero no sé qué más hacer. Gime
otra vez y brevemente levanta una mano para apartarme.
Es entonces cuando me doy cuenta de que está sosteniendo un cuchillo, uno que Peeta
llevaba antes, creo, que está envuelto en cable sin apretar. Perpleja, me pongo en pie y
levanto el cable, confirmando que está unido al árbol. Me lleva un momento recordar el
segundo extremo, mucho más corto, que Beetee enrolló elrededor de una rama y dejó en el
suelo antes siquiera de empezar su diseño en el árbol. Había creído que tenía algún significado
eléctrico, que se había colocado para usarse después. Pero nunca lo fue, porque aquí hay
probablemente unos buenos veinte o veinticinco metros.
Entorno los ojos mirando colina arriba y me doy cuenta de que estamos a sólo unos pocos
pasos del campo de fuerza. Allí está el cuadrado delator, alto y a mi derecha, tal y como estaba
esta mañana. ¿Qué hizo Beetee? ¿Intentó clavar el cuchillo en el campo de fuerza tal y como
hizo Peeta accidentalmente? ¿Y qué pasa con el cable? ¿Era este su plan de reserva? ¿Si
electrificar el agua fallaba, tenía pensado enviar la energía del rayo al campo de fuerza? ¿Qué
haría eso, en cualquier caso? ¿Nada? ¿Mucho? ¿Freirnos a todos? El campo de fuerza debe de
ser sobre todo también energía, supongo. El del Centro de Entrenamiento era invisible. Este
parece reflejar de algún modo la selva. Pero lo he visto parpadear cuando el cuchillo de Peeta
lo tocó y cuando mis flechas lo golpearon. El mundo real yace justo detrás de él.
227
Mis oídos no están pitando. Después de todo eran los insectos. Ahora lo sé porque están
apagándose rápidamente y no oigo nada salvo los sonidos de la selva. Levantar a Beetee es
inútil. No puedo despertarlo. No puedo salvarlo. No sé que estaba intentando hacer con el
cuchillo y el cable y él es incapaz de explicarse. El vendaje de musgo de mi brazo está
empapado y no tiene sentido engañarme a mí misma. Estoy tan mareada que me desmayaré
en cuestión de minutos. Tengo que apartarme de este árbol y . . .
― ¡Katniss! ― Oigo su voz aunque está a mucha distancia. Pero ¿qué está haciendo? Peeta
debe de haber averiguado que ahora todos nos están dando caza. ― ¡Katniss!
No puedo protegerlo. No puedo moverme rápido ni lejos y mis habilidades de disparo son
como mucho cuestionables. Hago lo único que puedo para apartar a los atacantes lejos de él y
hacia mí.
― ¡Peeta! ― Gritó. ― ¡Peeta! ¡Estoy aquí! ¡Peeta! ― Sí, los atraeeré, a cualquiera en mi
vecindad, lejos de Peeta y hacia mí y el árbol que pronto será un arma en sí misma. ― ¡Estoy
aquí! ¡Estoy aquí! ― No llegará. No con esa pierna de noche. Nunca llegará a tiempo. ―
¡Peeta!
Está funcionando. Puedo oírlos venir. A dos. Abriéndose camino rápidamente a través de la
selva. Mis rodillas empiezan a flaquear y me derrumbo junto a Beetee, apoyando el peso sobre
los talones. Mi arco y flechas se colocan en posición. Si puedo acabar con ellos, ¿sobrevivirá
Peeta al resto?
Enobaria y Finnick llegan al árbol del rayo. No pueden verme, sentada por encima de ellos
en la ladera, mi piel camuflada con ungüento. Apunto al cuello de Enobaria. Con algo de
suerte, cuando la mate, Finnick se agachará detrás del árbol en busca de refugio justo cuando
el rayo golpee. Y eso pasará de un momento a otro. Sólo hay un levísimo chasquido de insectos
aquí y allá. Puedo matarlos ahora. Puedo matarlos a ambos.
Otro cañón.
― ¡Katniss! ― La voz de Peeta aúlla por mí. Pero esta vez no respondo. Beetee aún respira
superficialmente a mi lado. Él y yo moriremos pronto. Finnick y Enobaria morirán. Peeta está
vivo. Dos cañones han sonado. Brutus, Johanna, Chaff. Dos de ellos ya están muertos. Eso le
dejará a Peeta sólo un tributo que matar. Y eso es lo máximo que puedo hacer. Un enemigo.
Enemigo. Enemigo. La palabra evoca en mí un recuerdo reciente. Lo traigo al presente. La
expresión del rostro de Haymitch. “Katniss, cuando estés en la arena . . .” El ceño fruncido, el
recelo. “¿Qué?” Oigo mi propia voz tensándose al erizarme ante una acusación no
pronunciada. “Sólo recuerda quién es el enemigo.” Dice Haymitch. “Eso es todo.”
Las últimas palabras de consejo de Haymitch para mí. ¿Por qué necesitaría recordarlo?
Siempre he sabido quién es el enemigo. Quién nos mata de hambre y nos tortura y nos mata
en la arena. Quién matará pronto a todos a los que quiero.
Bajo el arco cuando proceso este significado. Sí, sé quién es el enemigo. Y no es Enobaria.
228
Por fin veo el cuchillo de Beetee con ojos claros. Mis manos temblorosas deslizan el cable
de la empuñadura, lo enrollan en torno a la flecha justo sobre las plumas, y lo aseguran con un
nudo aprendido durante el entrenamiento.
Me levanto, girándome hacia el campo de fuerza, revelándome completamente pero sin
que esto me preocupe ya. Sólo preguntándome por dónde debería dirigir mi punta, dónde
habría clavado Beetee el cuchillo de haber podido elegir. Mi arco se levanta hacia ese
cuadrado vibrante, el fallo, el . . . ¿cómo lo llamó él aquel día? La brecha en la armadura. Dejo
volar la flecha, la veo golpear su objetivo y desvanecerse, arrastrando consigo el hilo de oro
detrás.
Mi pelo se pone de punta y el rayo golpea el árbol.
Un fogonazo blanco recorre el cable, y durante sólo un momento, la cúpula explota en una
cegadora luz azul. Me caigo de espaldas al suelo, el cuerpo inútil, paralizado, los ojos
congelados abiertos, mientras ligeros pedacitos de materia me llueven encima. No puedo
alcanzar a Peeta. Ni siquiera puedo alcanzar mi perla. Mis ojos luchan por capturar una última
imagen de belleza para llevar conmigo.
Justo antes de que empiecen las explosiones, encuentro una estrella.
229
Todo parece erupcionar a la vez. La tierra explota en lluvias de polvo y plantas. Los árboles
estallan en llamas. Incluso el cielo se llena con fogonazos de brillantes colores. No se me
ocurre por qué está siendo bombardeado el cielo hasta que me doy cuenta de que los
Vigilantes están tirando fuegos artificiales allí arriba, mientras la destrucción de verdad sucede
en el suelo. Sólo por si acaso no es lo bastante divertido el mirar la obliteración de la arena y
de los restantes tributos. O tal vez para iluminar nuestros sangrientos finales.
¿Dejarán sobrevivir a alguien? ¿Habrá un vencedor de los Septuagésimo Quintos Juegos del
Hambre? Tal vez no. Después de todo, qué era este Quarter Quell sino . . . ¿Qué era lo que
había leído el Presidente Snow de la tarjeta?
“ . . . un recordatorio para los rebeldes de que incluso los más fuertes de entre elllos no
pueden superar el poder del Capitolio . . .”
Ni siquiera el más fuerte de entre los fuertes triunfará. Tal vez nunca tuvieron la intención
de tener un vencedor en estos Juegos. O tal vez mi acto final de rebelión forzó su mano.
Lo siento, Peeta, pienso. Siento no haber podido salvarte. ¿Salvarlo? Más bien robé su
última posibilidad de vivir, destruyendo el campo de fuerza. Tal vez, si todos hubiéramos
jugado según las reglas, le habrían dejado vivir.
El aerodeslizador se materializa sobre mí sin avisar. Si hubiera habido silencio, y un sinsajo
estuviera posado cerca, habría oído a la selva quedarse en silencio y después la llamada de
advertencia del pájaro que precede a la aparición del aerodeslizador del Capitolio. Pero mis
oídos nunca podrían separar algo tan delicado en este bombardeo.
La garra cae del lateral hasta que está justo encima. Las garras metálicas se delizan debajo
de mí. Quiero gritar, correr, salir de aquí a golpes, pero estoy helada, impotente para hacer
nada salvo esperar fervientemente morir antes de alcanzar a las figuras oscuras que me
esperan arriba. No me han perdonado la vida para coronarme vencedora sino para hacer mi
muerte tan lenta y pública como sea posible.
Mis peores temores se ven confirmados cuando el rostro que me da la bienvenida dentro
del aerodeslizador pertenece a Plutarch Heavensbee, Vigilante en Jefe. Qué desastre he hecho
de estos preciosos Juegos del inteligente reloj que hace tictac y el campo de vencedores. Él
sufrirá por su fracaso, probablemente perderá la vida, pero no antes de verme castigada. Su
mano se alza hacia mí, creo que para golpearme, pero hace algo peor. Con ayuda de índice y
pulgar me cierra los párpados, sentenciándome a la vulnerabilidad de la oscuridad. Ahora
pueden hacerme cualquier cosa y ni siquiera lo veré venir.
27
230
Mi corazón late con tanta fuerza que la sangre empieza a correr debajo de mi empapada
venda de musgo. Mis pensamientos se nublan. Después de todo aún es posible que sangre
hasta morir antes de que me reanimen. En mi mente susurro un gracias a Johanna Mason por
la excelente herida que infligió, y me desmayo.
Cuando regreso a la semiconsciencia, puedo sentir que estoy tumbada sobre una mesa
acolchada. Está la sensación punzante de tubos en mi brazo izquierdo. Están intentando
mantenerme con vida porque, si me deslizo silenciosa y privadamente hacia la muerte, será
una victoria. Aún soy en general incapaz de moverme, abro los párpados, levanto la cabeza.
Pero mi brazo derecho ha recuperado algo de movilidad. Está extendido cruzándome el
abdomen, como una aleta, no, algo menos animado, como un garrote. No tengo verdadera
coordinación motora, ninguna prueba de que siquiera tenga dedos todavía. Aún así consigo
bambolear el brazo de un lado a otro hasta que arranco los tubos. Salta un pitido pero no
puedo permanecer despierta para descubrir a quien atraerá.
La siguiente vez que salgo a la superficie, mis manos están atadas a la mesa, los tubos de
vuelta en mi brazo. Sin embargo, puedo abrir los ojos y levantar levemente la cabeza. Estoy en
una gran habitación con techo bajo y una luz plateada. Hay dos filas de camas una frente a la
otra. Puedo oír la respiración de lo que asumo son los demás vencedores. Directamente frente
a mí veo a Beetee con unas diez máquinas distintas enganchadas a él. ¡Sólo dejadnos morir!
Grito en mi cabeza. Golpeo la cabeza con fuerza hacia atrás contra la mesa y me desvanezco
de nuevo.
Cuando por fin, de verdad, me despierto, las restricciones ya no están. Levanto la mano y
descubro que tengo dedos que nuevamente pueden moverse bajo mis órdenes. Me siento y
me aferro a la mesa acolchada hasta que la habitación se enfoca. Mi brazo izquierdo está
vendado pero los tubos cuelgan de barras junto a mi cama.
Estoy sola salvo por Beetee, que todavía yace frente a mí, siendo sostenido por su ejército
de máquinas. ¿Dónde están los otros, entonces? Peeta, Finnick, Enobaria y . . . y . . . uno más,
¿verdad? O bien Johanna o Chaff o Brutus, uno de ellos aún estaba con vida cuando
empezaron las bombas. Estoy segura de que querrán crear ejemplo con todos nosotros. Pero
¿dónde se los han llevado? ¿Se los han llevado desde el hospital a la cárcel?
― Peeta . . . ― Susurro. Deseaba tanto protegerlo. Todavía estoy resuelta a ello. Ya que he
fracasado manteniéndolo seguro con vida, debo encontrarlo, matarlo ahora antes de que el
Capitolio pueda escoger los medios agonizantes de su muerte. Deslizo mis piernas fuera de la
mesa y miro a mi alrededor en busca de un arma. Hay varias jeringas selladas en plástico
estéril sobre una mesa cerca de la cama de Beetee. Perfecto. Todo lo que necesito es aire y un
pinchazo directo a una de sus venas.
Hago una pausa, considerando matar a Beetee. Pero si lo hago, los monitores empezarán a
pitar y me cogerán antes de que llegue a Peeta. Hago una promesa muda de regresar a
rematarlo si puedo.
Estoy desunda salvo por un delgado camisón, así que deslizo la jeringa bajo el vendaje que
cubre la herida de mi brazo. No hay guardias en la puerta. Sin duda alguna estoy a kilómetros
231
por debajo del Centro de Entrenamiento o en alguna fortaleza del Capitolio, y la posibilidad de
que escape es inexistente. No importa. No me estoy escapando, sólo acabando una misión.
Me deslizo por un estrecho pasillo hasta una puerta metálica que está entreabierta. Alguien
está tras ella. Saco la jeringa y la aferro en la mano. Apretándome contra la pared, escucho a
las voces del interior.
― Se han perdido comunicaciones en el Siete, el Diez, y el Doce. Pero ahora el Once tiene el
control sobre el transporte, así que por lo menos hay esperanza de que saquen algo de
comida.
Plutarch Heavensbee, creo. Aunque en realidad sólo he hablado con él una vez. Una voz
áspera hace una pregunta.
― No, lo siento. No hay modo de que pueda llevarte el Cuatro. Pero he dado órdenes
específicas para recuperarla si es posible. Es todo lo que puedo hacer, Finnick.
Finnick. Mi mente lucha por captar el sentido de la conversación, del hecho de que está
teniendo lugar entre Plutarch Heavensbee y Finnick. ¿Es él tan querido y tan cercano al
Capitolio que le excusarán sus crímenes? ¿O de verdad no tenía ni idea de lo que pretendía
Beetee? Grazna algo más. Algo lleno de desesperación.
― No seas estúpido. Eso es lo peor que podrías hacer. Hacer seguro que la mataran.
Mientras tú estés vivo, la mantendrán a ella viva como cebo. ― Dice Haymitch.
¡Dice Haymitch! Cruzo la puerta con un golpe y tropiezo al interior de la habitación.
Haymitch, Plutarch y un Finnick en muy malas condiciones están sentados alrededor de una
mesa puesta con una comida que nadie está comiendo. La luz del día entra por las ventanas
curvas, y en la distancia veo la cúpula de un bosque de árboles. Estamos volando.
― ¿Ya has dejado de dormitar, preciosa? ― Dice Haymitch, el fastidio evidente en su voz.
Pero cuando me echo hacia delante él avanza y me coge de las muñecas, manteniéndome en
pie. Mira mi mano. ― ¿Así que sois tú y una jeringa contra el Capitolio? Ves, esta es la razón
por la que nadie te deja a ti hacer los planes. ― Lo miro sin comprender. ― Suéltala. ― Siento
la presión incrementarse en mi muñeca derecha hasta que mi mano se ve obligada a abrirse y
soltar la jeringa. Me sienta en una silla junto a Finnick.
Plutarch me pone un cuenco de caldo delante. Un panecillo. Me coloca una cuchara en la
mano.
― Come. ― Dice en una voz mucho más amable de la que usó Haymitch.
Haymitch se sienta directamente frente a mí.
― Katniss, voy a explicarte lo que ha pasado. No quiero que preguntes nada hasta que
termine. ¿Entiendes?
Asiento, atontada. Y esto es lo que me dice.
232
Había un plan para sacarnos de la arena dese el momento en que el Quell fue anunciado.
Los tributos de los distritos 3, 4, 6, 7, 8 y 11 tenían diversos grados de conocimiento acerca de
ello. Plutarch Heavensbee ha sido, durante varios años, parte de un grupo secreto que
intentaba acabar con el Capitolio. Se aseguró de que el cable estuviera entre las armas. Beetee
era el encargado de abrir un agujero en el campo de fuerza. El pan que recibimos en la arena
era un código para el momento del rescate. El distrito de donde era originario el pan indicaba
el día. Tres. El número de panecillos la hora. Veinticuatro. El aerodeslizador pertenece al
Distrito 13. Bonnie y Twill, las mujeres del 8 que conocí en el bosque, tenían razón sobre su
existencia y sus capacidades de defensa. Actualmente estamos en un viaje indirecto al Distrito
13. Mientras tanto, la mayoría de los distritos de Panem están en plena rebelión.
Haymitch se detiene para ver si lo sigo. O tal vez ha terminado por el momento.
Es muchísimo que absorber, este elaborado plan en el que yo era una ficha, tal y como se
suponía que debía ser una ficha en los Juegos del Hambre. Utilizada sin mi consentimiento, sin
saberlo. Por lo menos en los Juegos del Hambre sabía que estaban jugando conmigo.
Mis supuestos amigos han sido mucho más reservados.
― No me lo dijisteis. ― Mi voz es tan áspera como la de Finnick.
― No se os dijo ni a ti ni a Peeta. No podíamos arriesgarnos. ― Dice Plutarch. ― Incluso
estaba preocupado de que mencionaras mi indiscreción con el reloj durante los Juegos. ― Saca
su reloj de bolsillo y desliza su pulgar sobre el cristal, encendiendo el sinsajo. ― Por supuesto,
cuando te enseñé esto, no hacía más que darte una pista sobre la arena. Como mentora. Pensé
que podría ser el primer paso para ganarme tu confianza. Nunca se me pasó por la cabeza que
volvieras a ser tributo.
― Todavía no entiendo por qué a Peeta y a mí no se nos informó sobre el plan. ― Digo.
― Porque una vez explotara el campo de fuerza, seríais los primeros a los que intentarían
capturar, y cuanto menos supiérais, mejor. ― Dice Haymitch.
― ¿Los primeros? ¿Por qué? ― Digo, intentando asirme al hilo de pensamiento.
― Por la misma razón por la que los demás acordamos morir para manteneros con vida. ―
Dice Finnick.
― No, Johanna intentó matarme. ― Digo.
― Johanna te noqueó para arrancarte el rastreador del brazo y para apartar a Brutus y a
Enobaria de ti. ― Dice Haymitch.
― ¿Qué? ― Me duele mucho la cabeza y quiero que dejen de hablar en círculos. ― No sé
de qué . . .
― Teníamos que salvarte porque tú eres el sinsajo, Katniss. ― Dice Plutarch. ― Mientras tú
vivas, la revolución vive.
233
El pájaro, la insignia, la canción, las bayas, el reloj, la galleta, el vestido que estalló en
llamas. Yo soy el sinsajo. El que sobrevivió a pesar de los planes del Capitolio. El símbolo de la
rebelión.
Es lo que sospeché en el bosque cuando encontré a Bonnie y Twill huyendo. Aunque nunca
llegué a entender la magnitud. Aunque claro, no se pretendía que lo entendiera. Pienso en
Haymitch despreciando mis planes para huir del Distrito 12, para empezar mi propio
levantamiento, incluso la misma noción de que el Distrito 13 pudiera existir. Subterfugios y
engaños. Y si él pudo hacerlo, detrás de su máscara de sarcasmo y borrachera, tan
convincentemente y durante tanto tiempo, ¿sobre qué más ha mentido? Sé sobre qué más.
― Peeta. ― Susurro, mi corazón dando un vuelco.
― Los otros mantuvieron a Peeta con vida porque si él moría, sabíamos que no habría
modo de mantenerte en una alianza. ― Dice Haymitch. ― Y no podíamos arriesgarnos a
dejarte sin protección. ― Sus palabras son muy pragmáticas, su expresión inmutable, pero no
puede ocultar el tono grisáceo que colorea su semblante.
― ¿Dónde está Peeta? ― Siseo.
― Fue capturado por el Capitolio junto con Johanna y Enobaria. ― Dice Haymitch. Y por fin
tiene la decencia de bajar la mirada.
Técnicamente, estoy desarmada. Pero nadie debería subestimar el daño que pueden hacer
las uñas, especialmente si el objetivo no está preparado. Me lanzo sobre la mesa y rastrillo con
las mías la cara de Haymitch, haciendo que fluya la sangre y causando daño en un ojo. Después
los dos nos estamos gritando cosas terribles, terribles, y Finnick está intentando apartarme, y
sé que Haymitch apenas puede contenerse y no hacerme pedazos, pero yo soy el sinsajo. Yo
soy el sinsajo, y ya es bastante difícil mantenerme viva tal y como están las cosas.
Otras manos ayudan a Finnick y estoy de vuelta en mi mesa, mi cuerpo sujeto, mis muñecas
atadas, así que golpeo la cabeza, enfurecida, una y otra vez contar la mesa. Una jeringa me
pincha en el brazo y la cabeza me duele tanto que dejo de luchar y simplemente gimo
horriblemente como un animal herido, hasta que mi voz ya no puede más.
La droga causa sedación, no sueño, así que estoy atrapada en una miseria incómoda y
vagamente dolorosa durante lo que parece una eternidad. Reinsertan sus tubos y me hablan
en voces calmantes que nunca me llegan. Todo en lo que puedo pensar es Peeta, yaciendo en
una mesa similar en algún sitio, mientras intentan obtener de él información que ni siquiera
tiene.
― Katniss. Katniss, lo siento. ― La voiz de Finnick llega desde la cama al lado de la mía y se
desliza hasta mi letargia. Tal vez porque sufrimos el mismo tipo de dolor. ― Quería volver a
por él y Johanna, pero no podía moverme.
No respondo. Las buenas intenciones de Finnick Odair significan menos que nada.
― Es mejor para él que para Johanna. Averiguarán bastante pronto que él no sabe nada. Y
no lo matarán si pueden usarlo en tu contra. ― Dice Finnick.
234
― ¿Como cebo? ― Le digo al techo. ― ¿Igual que usarán a Annie como cebo, Finnick?
Puedo oírlo llorar pero no me importa. Probablemente ni se molestarán en interrogarla a
ella, tan perdida está. Perdida en la profundidad de sus Juegos de hace años. Hay una gran
probabilidad de que yo esté yendo en la misma dirección. Tal vez ya me estoy volviendo loca y
nadie tiene el valor de decírmelo. Ya me siento lo bastante loca.
― Desearía que estuviera muerta. ― Dice. ― Desearía que todos estuvieran muertos y
nosotros también. Sería lo mejor.
Bueno, no hay una buena respuesta para eso. Apenas puedo disputarlo ya que estaba
andando por ahí con una jeringa para matar a Peeta cuando los encontré. ¿De verdad lo quiero
muerto? Lo que quiero . . . lo que quiero es tenerlo de vuelta. Pero ahora nunca lo tendré de
vuelta. Incluso si de algún modo las fuerzas rebeldes se las arreglaran para acabar con el
Capitolio, puedes estar seguro de que el último acto del Presidente Snow será rebanarle la
garganta a Peeta. No. Nunca lo tendré de vuelta. Así que muerto es lo mejor.
Pero ¿sabrá eso Peeta, o seguirá luchando? Es tan fuerte y tan buen mentiroso. ¿Cree que
tiene alguna posibilidad de sobrevivir? ¿Le importa siquiera si es así? No estaba entre sus
planes, en cualquier caso. Ya había renunciado a la vida. Tal vez, si sabe que yo fui rescatada,
incluso está contento. Siente que tuvo éxito en su misión de mantenerme con vida.
Creo que lo odio todavía más que a Haymitch.
Abandono. Dejo de hablar, de responder, rechazo la comida y el agua. Pueden bombear lo
que les apetezca en mi brazo, pero hace falta más que eso para hacer que una persona siga
adelante una vez ha perdido el deseo de vivir. Tengo la extraña idea de que si muero, a Peeta
le permitirán vivir. No como alguien libre sino como un Avox o algo, sirviendo a los futuros
tributos del Distrito 12. Después tal vez podría encontrar la forma de escapar. Mi muerte
todavía podría, de hecho, salvarlo.
Si no puede, no importa. Es suficiente morir de rencor. Para castigar a Haymitch, quien, de
entre todas las personas en este mundo putrefacto, nos ha convertido a Peeta y a mí en fichas
de sus Juegos. Yo confiaba en él. Puse lo que era precioso en las manos dse Haymitch. Y me ha
traicionado.
“Ves, esta es la razón por la que nadie te deja a ti hacer los planes,” dijo.
Es cierto. Nadie con dos dedos de frente me dejaría a mí hacer los planes. Porque
obviamente no puedo distinguir a un amigo de un enemigo.
Un montón de gente viene a hablarme, pero hago que todas sus palabras suenen como el
chasquido de los insectos en la selva. Sin significado y distantes. Peligrosas, pero sólo si te
acercas. Cuando las palabras empiezan a distinguirse, gimo hasta que me dan más analgésico y
eso arregla las cosas.
Hasta que una vez abro los ojos y encuentro a alguien a quien no puedo bloquear,
mirándome desde arriba. Alguien que no suplicará, ni explicará, ni pensará que puede alterar
mi diseño con ruegos, porque sólo él sabe cómo opero.
235
― Gale. ― Susurro.
― Hola, Catnip. ― Aparta con la mano un mechón de pelo de mis ojos. Un lado de su cara
ha sido quemado bastante recientemente. Su brazo está en un cabestrillo, y puedo ver vendas
bajo su camisa de minero. ¿Qué le ha pasado? ¿Cómo está siquiera aquí? Algo muy malo ha
pasado en casa.
No es tanto cuestión de olvidarme de Peeta como de acordarme de los demás. Todo lo que
hace falta es una mirada a Gale y todos vuelven resurgiendo al presente, exigiendo que les
haga caso.
― ¿Prim? ― Digo con voz ahogada.
― Está viva. También tu madre. Las saqué a tiempo.
― ¿No están en el Distrito Doce?
― Después de los Juegos, enviaron aviones. Soltaron bombas. ― Vacila. ― Bueno, ya sabes
lo que le pasó al Quemador.
Lo sé. Lo vi arder. El viejo almacén cubierto en polvo de carbón. Todo el distrito está
cubierto de eso. Un nuevo tipo de horror empieza a despertarse en mí cuando me imagino
bombas golpeando la Veta.
― ¿No están en el Distrito Doce? ― Repito. Como si decirlo fuera a esquivar la realidad.
― Katniss. ― Dice Gale suavemente.
Reconozco esa voz. Es la misma que utiliza para acercarse a animales heridos antes de dar
el golpe de gracia. Levanto la mano instintivamente para bloquear sus palabras, pero él la coge
y la agarra con fuerza.
― No. ― Susurro.
Pero Gale no es de los que me ocultan secretos.
― Katniss, no hay Distrito Doce.
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